6 de mayo de 2010

Ocaso.

En la penumbra del atardecer
Se posaron melodías de verde copa

En la aquiescencia de un arrabal de grillos
Desplomáronse los años en seco manto bajo mis pies

Lloré a las noches empapado en frío
Lloré a las estrellas de madrugada
En que la brisa coloreaba matices funestos
En el algodón de un atardecer enrojecido

Porque ya no hay carne. Sólo hueso y penuria.


Van y vienen las sombras
Yo sigo

Viejo, ajado y descorchado


Mutan los cantos y las formas
Yo sigo

A un suelo yermo anclado.


Perplejo, el arroyo murió en invierno
Ante el gélido reflejo de lo inequívoco

La raquítica sombra

Del suspiro incierto


Endulzó un plomizo cielo el amargo final de mis días verdes
Con el blanco manto que todo lo cura
(Que todo lo curaba)
Y que en mis brazos, antes, anidaba hasta la primavera.

Pero ya no hay carne. Sólo hueso y penuria.

Al final
Estos brazos desnudos

Ya no dieron cobijo a los seres

Que en el tiempo se deshacían turba


Y llegó el tiempo de la flor sin fruto
Y de la rama sin flor

Y del tronco espongiforme

Y del filo del acero

Y del final de mis días…


De la ceniza el comienzo.


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(Revisión de un fragmento de El sauce resignado; haced el favor de no utilizarlo con fines comerciales -concurso, etc- porque el poema íntegro ya fue presentado a certamen, y fue premiado, con lo cual...).

2 comentarios:

GangasMIR dijo...

Lloran los sauces a la orilla de los ríos, viendo pasar vendavales y tormentas, pero nunca se resignan.

Aunque solo haya hueso y penuria darán cobijo a los soñadores, imaginando que es fina lluvia la que cae.

Un abrazo hermano.

J.Abenza dijo...

Un abrazo, Gangas ;)