Continuamos esta sección con su tercera entrega. Esta vez contamos con Julio Bonis, médico de familia y librepensador.
Os dejo con su texto...
Os dejo con su texto...
"LA PARÁBOLA DEL VENDEDOR DE FELICIDAD"
Inspirada por el Dr. Abenza, hoy traemos a portada una magnífica parábola.
La parábola habla de un señor que cada vez más cabreado discutía con una taquillera:
- "¡Qué vergüenza! ¿Es que aquí nadie me atiende?"
- "Pero mire, que yo no puedo ayudarle."
- "¿Pero como que no? Mire que yo tengo dinero... ¡que yo pago!. Y además el cliente siempre tiene la razón."... decía mientras agitaba su tarjeta de crédito.
- "Pero oiga, es que tengo mucha gente esperando, y a este paso va a empezar la película... si no le importa va despejando la cola que la gente se está impacientando y tengo mucho trabajo."
- "¿Pues sabe lo que le digo? ¡Que le voy a poner una reclamación! ¡Este cine es una vergüenza! ¡Claro, lo que pasa es que solo atienden a los inmigrantes! ¡Y yo soy español!"
- "Pues si quiere ponga la reclamación, pero me despeja la cola que vamos con retraso..."
... el señor cabreado, escribió en la hoja de reclamaciones:
"La señorita de la taquilla, después de estar esperando durante 1 hora en la cola se ha negado a venderme una botella de lejía.".
La taquillera suspiró resignada. Levantó los ojos con desidia e hizo un gesto al siguiente de la cola para que se acercara.
- "Hola buenas tardes. Vaya cola que tienen hoy por aquí ¿eh?".
- "Sí, ya ve. Tenemos fila 3 centrada y fila 20 pero lateral. ¿Cuál prefiere?."
- "No, si yo lo que quería era que me ayudara a reconciliarme con mi mujer. ¿Le doy su teléfono y le llama?"
La taquillera salió de su taquilla y se dirigió hacia el despacho del gerente de los cines. Ya no podía más. Llevaba meses luchando con enormes colas llenas de gente que hacía las peticiones más peregrinas. Botes de lejía, tomates, gente con dolor de muelas... incluso alguno le pedía que le hiciera un masaje en los pies. Los empleados habían intentado convencer al gerente de que aquel cartel en la puerta del cine donde se leía: "Tiene derecho a ser feliz. Pregunte a nuestras taquilleras." no era una buena política comercial.
Pero no había forma. La empresa se había gastado millonadas en publicidad y no podían defraudar las expectativas de los clientes.
La taquillera miró la cara del gerente, miró el botón rojo del pulsador que tenía entre sus dedos. Miró de nuevo al gerente. Miró las colas que daban la vuelta a la manzana de gente en busca de la felicidad prometida. Miró de nuevo el botón rojo. Sintió el peso de los 40 kilos de amonal que cargaba en su mochila. Miró los cordones de sus zapatos.
Entonces y sólo entonces apretó el botón.
- "Pero mire, que yo no puedo ayudarle."
- "¿Pero como que no? Mire que yo tengo dinero... ¡que yo pago!. Y además el cliente siempre tiene la razón."... decía mientras agitaba su tarjeta de crédito.
- "Pero oiga, es que tengo mucha gente esperando, y a este paso va a empezar la película... si no le importa va despejando la cola que la gente se está impacientando y tengo mucho trabajo."
- "¿Pues sabe lo que le digo? ¡Que le voy a poner una reclamación! ¡Este cine es una vergüenza! ¡Claro, lo que pasa es que solo atienden a los inmigrantes! ¡Y yo soy español!"
- "Pues si quiere ponga la reclamación, pero me despeja la cola que vamos con retraso..."
... el señor cabreado, escribió en la hoja de reclamaciones:
"La señorita de la taquilla, después de estar esperando durante 1 hora en la cola se ha negado a venderme una botella de lejía.".
La taquillera suspiró resignada. Levantó los ojos con desidia e hizo un gesto al siguiente de la cola para que se acercara.
- "Hola buenas tardes. Vaya cola que tienen hoy por aquí ¿eh?".
- "Sí, ya ve. Tenemos fila 3 centrada y fila 20 pero lateral. ¿Cuál prefiere?."
- "No, si yo lo que quería era que me ayudara a reconciliarme con mi mujer. ¿Le doy su teléfono y le llama?"
La taquillera salió de su taquilla y se dirigió hacia el despacho del gerente de los cines. Ya no podía más. Llevaba meses luchando con enormes colas llenas de gente que hacía las peticiones más peregrinas. Botes de lejía, tomates, gente con dolor de muelas... incluso alguno le pedía que le hiciera un masaje en los pies. Los empleados habían intentado convencer al gerente de que aquel cartel en la puerta del cine donde se leía: "Tiene derecho a ser feliz. Pregunte a nuestras taquilleras." no era una buena política comercial.
Pero no había forma. La empresa se había gastado millonadas en publicidad y no podían defraudar las expectativas de los clientes.
La taquillera miró la cara del gerente, miró el botón rojo del pulsador que tenía entre sus dedos. Miró de nuevo al gerente. Miró las colas que daban la vuelta a la manzana de gente en busca de la felicidad prometida. Miró de nuevo el botón rojo. Sintió el peso de los 40 kilos de amonal que cargaba en su mochila. Miró los cordones de sus zapatos.
Entonces y sólo entonces apretó el botón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario