17 de junio de 2008

Paralelismos (II)

CHIRI —¿Cuál es tu gran miedo? ¿Tenés un gran miedo?

HERNAN —Antes del último cumpleaños de mi abuela Chola (y no digo esto para parecer Chuck Norris) yo no tenía mi miedo. Así como todos los países tienen su flor nacional, así como la Argentina tiene al ceibo, yo no tenía mi miedo nacional.

CHIRI —¿Me querés decir que no le tenías miedo a nada?

HERNAN —Le tenía miedo a cosas puntuales que me pasaran: que un tipo con cadenas me corriera por la calle veintisiete. El miedo formaba parte del presente. Tenía miedos eventuales, cuando me hacen ¡buuú! y yo estoy muy fumado me cago hasta las patas. Lo que no tenía hasta entonces eran fobias. A eso iba.

Y a mí siempre me pareció que era muy raro que no tuviera una fobia, porque la gente que conozco sí tiene. Vos tenés miedos de ese tipo, todos tienen. Bueno, yo no tenía un miedo, y cuando empezaban a hacer esas preguntas, en las reuniones, yo no contestaba. Y todos se pensaban que no contestaba para hacerme el valiente. Y empecé a contestar cualquier cosa para que nadie pensara que me quería hacer el valiente.

CHIRI —¿Y qué contestabas?

HERNAN —Contestaba "la muerte", qué sé yo, cualquier boludez. La muerte, agarrarte el dedo con una reposera, andar en auto con Claudio Becerra... Hasta que el 14 de noviembre del año pasado, durante el cumpleaños de mi abuela, me pasa algo lo suficientemente traumático para que desde ese momento, y para el resto de mi vida, pueda tener mi miedo nacional y pueda contestar con una verdad el tipo de pregunta “a qué le tenés miedo”.

CHIRI —¿Y a qué?

HERNANA provocar una fatalidad irremediable y quedar vivo. Fue así: en el cumpleaños de mi abuela, que se había hecho en la quinta, estaba Rebeca, la hija chiquita de mi hermana. Después de comer le pedí el auto a mi viejo para ir al diario, miré por el espejo retrovisor, no vi a nadie y salí marcha atrás. No hice ni dos metros cuando sentí el golpe seco. Pensé enseguida en mi sobrina. El golpe era igual. Recorrí el perímetro de la quinta y no vi más que pasto. Y además todos se levantaron de la mesa gritando: ¡la agarró, la agarró!

No me bajé del auto, lo que hice fue apoyar la frente contra el volante. Y yo te regalo esos cinco segundos hasta que los demás vieron que era un tronco. Te los regalo para siempre, te los dejo en una canastita, a la noche, a nombre tuyo, y me voy para siempre del país. A ese nivel te regalo esos cinco segundos. No los quiero tener más.

Ya pasaron cuatro meses de eso, y todavía a veces me despierto asustado, después de la duermevela, con la imagen del golpe, esos cinco segundos interminables. No me había pasado nunca, eran cosas que pasaban en las películas, eso de que un tipo ande despertándose a los saltos como un pelotudo.

CHIRI —Sigamos con el tema, pero saliéndonos de la óptica. En la última Navidad que pasaste en La Plata, estabas cenando en un patio. Oíste, afuera, un tiro al aire. Y supiste en ese momento que sería para vos. Es decir: esperaste tranquilo el ardor en el cuero cabelludo. ¿Por qué pensaste que era para vos esa bala? ¿De verdad esperabas el balazo?

HERNAN —Sí, creo que me pasa eso porque tengo un pensamiento muy absorbido, muy contaminado por la estadística, en este tipo de temas. Exageradamente contaminado por la probabilidad. Hay dos chistes que siempre me gustaron mucho, uno del Chavo, el otro de Umberto Eco. Al Chavo le dice don Barriga que tenga cuidado en la calle, porque los autos atropellan un niño todos los días. Y el Chavo le responde “es que ese niño ha de ser menso”. Y lo que dice Eco es así: “Hay dos hombres sentados a una mesa, uno está comiéndose dos pollos, y el otro se está muriendo de hambre; para las estadísticas cada hombre está comiendo un pollo”.

Y la estadística está encarnada en mí. Ya el sólo hecho de oír un balazo al aire en Nochebuena y saberme sin la protección de un techo, me involucra directamente. Estamos hablando de mi muerte instantánea. Ese puede ser me hace esperar el balazo; la probabilidad me da esperanza.

CHIRI —¿Y eso te pasa con todas las desgracias probables?

HERNAN —No, sólo con los accidentes naturales. Cuando se trata de un accidente natural, siempre puedo ser yo la víctima; cuando en las fatalidades hay una voluntad personal colectiva, en cambio, nunca voy a ser yo la víctima. Quiero decir: tanto como esperé el balazo en nochebuena, supe siempre que no iba a hacer el servicio militar.

Es como el temor que les tengo a los locos y a los borrachos, a esa gente a la que no le podés explicar nada. A esa bala que ya salió disparada para siempre, y que ya tiene, antes de caer, su destino marcado, no se le puede explicar nada. En cambio, del servicio militar yo me podía esconder todos los años, y de última, si me encontraban, si la policía me llevaba esposado a Zapala, escribía una carta a un diario, utilizaba todo el batallón sofista, armaba un quilombo, una polémica nacional, y zafaba. La inteligencia práctica vendría en mi ayuda. Con un tiro al aire no. Para mí la fatalidad del Regimiento nunca fue una fatalidad, no te podés resignar nunca a ser un soldado, o un empleado del Correo, a esas desgracias que tienen que ver con tu sentido común.

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