Ayer fui el día del español (de la lengua mater, aclaro), que no es lo mismo que el día del castellano, el cual se festeja el 23 de abril (conmemoración de la muerte de Cervantes, así como la de un tal Shakespeare), ni que el día de la Hispanidad, que se celebra el 12 de octubre (en recuerdo del inicio del expolio y la masacre de América por los españoles). Es que aquí somos mucho de "distinguir". Pero que sí, que aceptamos 'barco'. En una sociedad en la que los "hoygan" se están haciendo fuertes, conviene de vez en cuando poner los puntos sobre las íes y reclamar el buen uso de la gramática y la ortografía.
El Instituto Cervantes, tan cachondo él y a sabiendas de que ya celebramos "su cumple" en abril, tuvo la brillante idea de abrir una web para que los españolitos votásemos nuestra palabra preferida "en español" (que el castellano es muy amplio, hombre). La gente ha estado votando su palabrica de marras -yo voté por cánido y por democracia- y ha sido tal la participación que la web se ha colapsado días antes de finalizar el plazo de votaciones. O eso dicen. Teorías conspiranoicas apuntan a que la palabra más votada justo antes de que la web hiciese ploff era "república" -lo cierto es que estaba entre las tres más votadas- y que por eso han defenestrado la web. Ni lo sé ni me importa.
Pero hablemos de separatismos. Si en un tronco de limonero (cítrico) injerto una rama de naranjo (cítrico también), aunque el resto del árbol produzca limones, esa rama dará naranjas. Pero el tronco, la savia que la irriga y la nutre es la misma. Lo que ocurre es que el lenguaje no es un árbol paradigmático y los esquejes no conservan intacta la genética original, al revés, sufren mutaciones que lo hacen asimilarse al tronco donde se injertan y adaptarse al nuevo entorno en base a la adquisición de nuevos condicionantes propios del lugar. Así, en este caso, la rama injertada no dará "naranjas" sino "nuevos limones", de color parecido al de los otros limones del árbol pero con un sabor distinto por la distinta maduración de los gajos. Lo cierto es que ya me parecía ridículo el hecho de distinguir entre español y castellano incluso antes de esta iniciativa. En un mundo globalizado, con intensos movimientos migratorios y con unas redes de comunicación como nunca antes se habían tenido, el español de hoy no puede existir sin el castellano, y viceversa. A fin de cuentas, son hermanos de la misma madre: comparten el mismo tronco y se nutren de la misma savia. Es un juego tramposo y deslucido querer poner barreras al trasvase natural de savia lingüística entre las distintas ramas de un mismo árbol. Si son las palabras las que nos unen y nos permiten entendernos, el hecho de eliminar parte del repertorio sólo puede tener como consecuencia que perdamos parte de nuestros lazos.
Esa es la simpleza y el fallo del Instituto Cervantes: en vez de fomentar los lazos de unión y ampliar la riqueza semántica de la lengua madre, enfrenta a las lenguas hijas y hace distinciones entre lo nuestro y lo de fuera. Supongo, pues, que cuando hacen balance de las sedes oficiales que tienen repartidas por el mundo para dar a conocer el "español", no se les cae la cara de vergüenza al decir que "el uso del castellano está ampliamente extendido". Yo es que pensaba que el castellano estaba en un plano superior al de sus competencias, señorías, pero veo que no. Y no sé qué pensará la RAE (con su diccionario panhispánico) de todo esto.
Comencé a devorar libros muy joven pero fue con los quince recién cumplidos cuando descubrí a García Márquez, su poesía narrativa y sus tacitas de términos criollos. A Benedetti me lo encontré por casualidad y de rebote justo antes de terminar el bachillerato y me impactó con su pragmatismo lingüístico. Entre medias me sobrevino Borges y me inundó de oximorones y neologismos. Más tarde vinieron Neruda, Bioy Casares, Vargas Llosa... Todos escribían en castellano y su prosa era más rica que la de cualquier obra en español que hasta la fecha hubiese llegado a mis manos, a mi biblioteca de entonces. Me aportaron nuevos términos, inusitados usos, extravagantes formas semánticas, cultismos y modismos, en definitiva: ampliaron mi horizonte y elevaron el techo de mi léxico. Desde la distancia espacial y temporal, me hicieron más hermano de todos mis hermanos, hicieron crecer mi rama y la aproximaron a las suyas; y yo, con mis palabras, aproximo vuestras ramas a la mía. Así se hace cultura. Así se hace frondoso el árbol y fuerte el tronco, por mucho que la dirección del Instituto Cervantes no acabe de entenderlo y siga malgastando esfuerzos y dinero en fomentar lo que nos distancia en vez de lo que nos une.
Por cierto, esta semana no he escrito porque he estado bastante liado. Ayer estaba saliente de una guardia regular tirado a mala (no dormí ni siquiera una hora). Iba a escribir algo sobre ello pero, sinceramente, creo que lamentar la pérdida del maestro Saramago -de cuya muerte me enteré por la radio el viernes, sobre las dos de la tarde, mientras me dirigía al hospital- y recomendar su obra es más necesario que andar contando las aventuras y desventuras de un fiel seguidor de este monstruo literario incorruptible, inclasificable e insobornable. Su "Ensayo sobre la ceguera" narra y pone de manifiesto los males de una sociedad atemporal y moralmente individualista, y sirve de germen para su posterior "Balsa de piedra", donde el separatismo español (en este caso, la península ibérica se separa accidentalmente del continente) queda reflejado con sus miserias y sus fealdades. Señores del Instituto Cervantes, les recomiendo que los vuelvan a leer. Falta les hace.
El Instituto Cervantes, tan cachondo él y a sabiendas de que ya celebramos "su cumple" en abril, tuvo la brillante idea de abrir una web para que los españolitos votásemos nuestra palabra preferida "en español" (que el castellano es muy amplio, hombre). La gente ha estado votando su palabrica de marras -yo voté por cánido y por democracia- y ha sido tal la participación que la web se ha colapsado días antes de finalizar el plazo de votaciones. O eso dicen. Teorías conspiranoicas apuntan a que la palabra más votada justo antes de que la web hiciese ploff era "república" -lo cierto es que estaba entre las tres más votadas- y que por eso han defenestrado la web. Ni lo sé ni me importa.
Pero hablemos de separatismos. Si en un tronco de limonero (cítrico) injerto una rama de naranjo (cítrico también), aunque el resto del árbol produzca limones, esa rama dará naranjas. Pero el tronco, la savia que la irriga y la nutre es la misma. Lo que ocurre es que el lenguaje no es un árbol paradigmático y los esquejes no conservan intacta la genética original, al revés, sufren mutaciones que lo hacen asimilarse al tronco donde se injertan y adaptarse al nuevo entorno en base a la adquisición de nuevos condicionantes propios del lugar. Así, en este caso, la rama injertada no dará "naranjas" sino "nuevos limones", de color parecido al de los otros limones del árbol pero con un sabor distinto por la distinta maduración de los gajos. Lo cierto es que ya me parecía ridículo el hecho de distinguir entre español y castellano incluso antes de esta iniciativa. En un mundo globalizado, con intensos movimientos migratorios y con unas redes de comunicación como nunca antes se habían tenido, el español de hoy no puede existir sin el castellano, y viceversa. A fin de cuentas, son hermanos de la misma madre: comparten el mismo tronco y se nutren de la misma savia. Es un juego tramposo y deslucido querer poner barreras al trasvase natural de savia lingüística entre las distintas ramas de un mismo árbol. Si son las palabras las que nos unen y nos permiten entendernos, el hecho de eliminar parte del repertorio sólo puede tener como consecuencia que perdamos parte de nuestros lazos.
Esa es la simpleza y el fallo del Instituto Cervantes: en vez de fomentar los lazos de unión y ampliar la riqueza semántica de la lengua madre, enfrenta a las lenguas hijas y hace distinciones entre lo nuestro y lo de fuera. Supongo, pues, que cuando hacen balance de las sedes oficiales que tienen repartidas por el mundo para dar a conocer el "español", no se les cae la cara de vergüenza al decir que "el uso del castellano está ampliamente extendido". Yo es que pensaba que el castellano estaba en un plano superior al de sus competencias, señorías, pero veo que no. Y no sé qué pensará la RAE (con su diccionario panhispánico) de todo esto.
Comencé a devorar libros muy joven pero fue con los quince recién cumplidos cuando descubrí a García Márquez, su poesía narrativa y sus tacitas de términos criollos. A Benedetti me lo encontré por casualidad y de rebote justo antes de terminar el bachillerato y me impactó con su pragmatismo lingüístico. Entre medias me sobrevino Borges y me inundó de oximorones y neologismos. Más tarde vinieron Neruda, Bioy Casares, Vargas Llosa... Todos escribían en castellano y su prosa era más rica que la de cualquier obra en español que hasta la fecha hubiese llegado a mis manos, a mi biblioteca de entonces. Me aportaron nuevos términos, inusitados usos, extravagantes formas semánticas, cultismos y modismos, en definitiva: ampliaron mi horizonte y elevaron el techo de mi léxico. Desde la distancia espacial y temporal, me hicieron más hermano de todos mis hermanos, hicieron crecer mi rama y la aproximaron a las suyas; y yo, con mis palabras, aproximo vuestras ramas a la mía. Así se hace cultura. Así se hace frondoso el árbol y fuerte el tronco, por mucho que la dirección del Instituto Cervantes no acabe de entenderlo y siga malgastando esfuerzos y dinero en fomentar lo que nos distancia en vez de lo que nos une.
Por cierto, esta semana no he escrito porque he estado bastante liado. Ayer estaba saliente de una guardia regular tirado a mala (no dormí ni siquiera una hora). Iba a escribir algo sobre ello pero, sinceramente, creo que lamentar la pérdida del maestro Saramago -de cuya muerte me enteré por la radio el viernes, sobre las dos de la tarde, mientras me dirigía al hospital- y recomendar su obra es más necesario que andar contando las aventuras y desventuras de un fiel seguidor de este monstruo literario incorruptible, inclasificable e insobornable. Su "Ensayo sobre la ceguera" narra y pone de manifiesto los males de una sociedad atemporal y moralmente individualista, y sirve de germen para su posterior "Balsa de piedra", donde el separatismo español (en este caso, la península ibérica se separa accidentalmente del continente) queda reflejado con sus miserias y sus fealdades. Señores del Instituto Cervantes, les recomiendo que los vuelvan a leer. Falta les hace.
1 comentario:
Oye, que no quepo en mí de la estupefacción. No tenía ni la menor idea del susodicho "día del Español". De toda la vida, para mí el 23 de Abril, día de Cervantes, Shakespeare, los libros y la santa lengua que gastamos en general, y bien de ilusión que me hacía.
Pues mira, tómese lo de mi blog también como una reprensión a toda esta pamplina del Neonazismo lingüístico (y, por ende, cultural) del "cada uno con lo suyo, y aquí ni juntos ni mucho menos revueltos".
De todo tié que haber.
Me ha gustado, me ha gustado mucho hoy. Como siempre que te pones a hablar de hablar y letras, la verdad.
Pd. Confieso que ando retrasada en mis lecturas y que tengo pendiente a Saramago de hace tiempo ya. Que en paz descanse. A ver si este verano tengo tiempo a respirar algo de él.
Un besico.
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