¿Cómo diantres llegó alguien a la conclusión de que esos granos de sabor desagradable podían secarse, molerse hasta hacer harina, añadirles agua y sal, meterlos en un horno y sacar un chusco de pan?
Piensa en el café, el vino y los licores, las hierbas fumables..., cosas todas ellas ordinarias que un día requirieron de una acción u omisión extraordinaria. Probablemente lo que se pretendía era, en la mayor parte de los casos, algo diferente.
Consumimos errores.
¿Habitamos en una civilización fruto del error?
Con toda certeza, sí.
6 de septiembre de 2008
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