Para el presidente de la Conferencia Episcopal, el cardenal Rouco Varela, decir que probablemente dios no existe, o dar el consejo a los creyentes de que dejen de preocuparse por el más allá y disfruten la vida "es un abuso que condiciona el ejercicio de la libertad religiosa". Según Rouco "no es justo para el creyente tener que soportar mensajes que hieren sus sentimientos religiosos", y pide "a las autoridades competentes que protejan los derechos de los ciudadanos para que no sean atacados en sus convicciones de fe".
¿Qué será lo próximo? ¿Pedir a las autoridades que multen a los ciudadanos que digan "me cago en dios" en público? (Por cierto, yo soy cristiano y de vez en cuando, si me enfado bastante, se me escapa). ¿Prohibir a los profesores de ciencias decir en clase que la especie humana evolucionó mediante selección natural porque eso contradice la "palabra de dios"? (Bueno, en realidad, esto ya se ha intentado en los EEUU en e´poca del amigo Bush).
Como siempre, la Iglesia pretende que el Estado (aconfesional y laico) acuda en defensa de su Dios (a Mahoma y las niñas con velo, Yavhé y las barbas trenzadas, Buda y la compañía de los calvos orondos... que los zurzan, ¿verdad?), al tiempo que reclama su derecho a la libertad de expresión para comparar el laicismo con el nazismo, o decir que el laicismo es "un fraude" que nos lleva "a la disolución de la democracia", o que "el ordenamiento jurídico español ha dado marcha atrás con respecto a la declaración de Derechos Humanos de la ONU".
El señor Rouco Varela defiende que la libertad de expresión debe ser tutelada y que los medios públicos no deberían ser utilizados para socavar derechos fundamentales de los creyentes ni para herir y ofender a los creyentes en sus convicciones. Pero, ¿dónde está la ofensa?, ¿quién ofende a quién?
El lema "Probablemente Dios no existe" sólo puede ser ofensivo para quienes se esfuerzan en evitar la reflexión. Si fueran medianamente audaces les bastaría con cambiar el no por el sí y, de paso, poner a Dios en el centro del debate. Eso sería inteligente pero habría un problema. El poder de la Iglesia se sustenta, en buena parte, en el tutelaje del pensamiento. La jerarquía eclesiástica debe considerar que sus fieles, más que pensar, debemos asumir sus postulados adecuadamente matizados y administrados conforme a los criterios que ellos establezcan. Da la impresión que la cúpula de la Iglesia observa a sus fieles como un ejército de seres incapaces que precisamos, más que de un guía que nos aconseje, de una voz que nos imponga las pautas y el camino a seguir. Dicho esto, nada que objetar para quien voluntariamente opte por formar parte del rebaño.
Ocurre, sin embargo, que cuando los pastores nos agreden "a los qeu nos descarriamos aunqeu sólo sea un poco" hay que, al menos dejar las cosas claras. El curioso que este señor hable de ofensas y del debido uso de los espacios públicos. Quien presenta la laicidad como el origen de todos los males y quien usa los espacios públicos (televisiones, radios, plazas, calles y avenidas) para sus actos religiosos y sus litigios políticos, económicos y de poder, no puede dar lecciones sobre el uso adecuado de dichos espacios y, menos aún, preconizar el tutelaje de la libertad de expresión.
Sabemos que los miembros de la Iglesia consideran que ésta tiene una misión salvífica. En ese objetivo incluyen tanto a sus feligreses como a quienes transitan por otros derroteros. De quien voluntaria y libremente se prepara para recibir la doctrina eclesiástica, nada que objetar; el mayor de los respetos (ya he dicho muchas veces que estoy confirmado en la fe cristiana... pero cada me siento menos integrado en la estructura de la Iglesia, lo cual no merma en absoluto mi fe). El mismo respeto que reclamo del señor Rouco (¡¡probablemente Rouco exista!!) hacia quienes, en el uso de nuestra libertad y de manera voluntaria, hemos decidido hacer oídos sordos a sus palabras y mensajes.
El poder jurídico de la Iglesia sólo alcanzaría a sus miembros y exclusivamente en el orden espiritual. Puede, la Iglesia, perdonar los pecados, ordenar penitencias, excomulgar…, puede hacer de su capa un sayo con sus fieles, pero no es de su competencia legislar y nos ofende cuando invoca el tutelaje de la libertad expresión.
Define el Diccionario de la Lengua la tutela como la autoridad que se confiere para cuidar de las personas que no tienen plena capacidad. En consecuencia, el señor Rouco Varela, nos observa o como menores de edad o como incapaces. Claro que también podría estar promoviendo la involución del orden constitucional (Art. 20). Entonces, habría que preguntarse en voz alta y preguntar al señor Rouco Varela, ¿quién ofende a quien?
Una característica fundamental de la Igelsia Católica es su concepto de la infalibilidad papal y, por ende, de esa Iglesia, toda, basada en el propio Papa. Pretenden, incluso hoy en día, que ese basamento es literal y no sólo una licencia literaria. Las resoluciones papales (como las llamaría un político) son no sólo de obligado cumplimiento, sino de obligada creencia.
En un sistema de creencias que se basa en esta caracterítica, la probabilidad no tiene sentido. Y como toda cosa sin sentido, es perversa y sólo conduce a malear la visión clara de lo que está bien… que es lo que el Papa dicta.
Por eso lo de “Probablemente dios no existe” contiene una trampa en la que Rouco no quiere caer. “Nada de ‘probablemente’”, nos dice Rouco. “Dios existe, y se acabó”.
Rouco Varela debería tutelar la libertad de expresión de esos individuos que están sentados ante los micrófonos de la COPE, de su emisora, mañana, tarde y noche. Esos que con su libertad de expresión son condenados por la justicia por injuriar y vulnerar el derecho al honor, los mismos que intentan socavar derechos de los creyentes y no creyentes (como el matrimonio homosexual, el aborto o quien sabe si en un futuro la eutanasia, por poner solo algunos ejemplos), los tres mosqueteros de la ofensa a quienes no piensan ni viven como a ellos les gustaría.
Si Rouco Varela quiere tutelar la libertad de expresión de alguien, que sea la de aquellos a los que remunera. A los demás, que nos deje vivir en paz. A no ser que le resulte demasiado difícil practicar el respeto por el prójimo. En ese caso, que empiece por dedicarse a otra cosa, por ejemplo... no sé... ¿a la política? Sí, que parece que le gusta.
Un saludo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario