En L´Osservatore Romano el cardenal Cañizares, recientemente nombrado prefecto de la Congregación para el Culto Divino, ha declarado: “Si España dejase de ser católica, dejaría de ser España”. Según el hasta ahora obispo de Toledo, “nuestro país se construye desde la fe católica”.
Admirable objetivo, monseñor Cañizares. A los “paganos e infieles” era necesario “exterminar” y “perseguir”. Una gran parte de tan evangélica tarea la había llevado a cabo, unos cuantos años antes, la católica reina Isabel, quien dio la orden de expulsar a los judíos y a los musulmanes de España. Nadie ignora que el brazo represor de los monarcas –“de Isabel y Fernando el espíritu impera, moriremos besando la sagrada bandera"- era el Tribunal del Santo Oficio o Santa Inquisición. Es decir, la hoguera.
A monseñor Cañizares todo esto le parecen burdas falsificaciones de la historia, manipulaciones poco menos que masónicas o, simplemente, bellacos tributos al relativismo. ¿Evoca el todavía cardenal de Toledo -con evidente nostalgia- aquellos tiempos de las cruzadas contra los moros? Sobre todo ahora, cuando vuelven a ser los musulmanes la encarnación del "eje del mal".
Borra, sin embargo, Cañizares, los orígenes culturales y, por supuesto, religiosos de lo que es España, encrucijada plural –como tantos otros países- de tartesos, íberos, celtas, fenicios, griegos, cartagineses, romanos, visigodos, cristianos, árabes, judíos y otras diversas y singulares formas de entender el viaje de los seres humanos hacia una ignota Itaca: desde su nacimiento hasta su muerte.
Analicemos ahora el catolicismo como argamasa esencial de España, como el origen del concepto de 'nación católica'. Finales del siglo XIX. En su novela "Gloria", Benito Pérez Galdós narra el discurso de uno de sus personajes para celebrar una victoria electoral de la derecha, durante la Restauración canovista. He aquí algunas de sus frases:
“Inmensa, asquerosa, pestilente lepra cubre el cuerpo social. El llamado espíritu moderno -la ciencia-, dragón de cien deformes cabezas, lucha por derribar el estandarte de la Cruz. ¿Lo permitiremos? De ninguna manera. ¿Qué valen algunos centenares de inicuos depravados contra la mayoría de una Nación católica? Porque no sólo somos los mejores, sino que somos los más. Alcemos en esta Cruzada el glorioso estandarte, y digamos: ‘Atrás, impíos, malvados sectarios de Satanás, que contra el reino de Nuestro Señor Jesucristo no prevalecerán las puertas del infierno”.
Pero lo más parecido –más aún- a las teorías de Cañizares están contenidas en este otro párrafo del libro mencionado de Galdós:
“No y mil veces no. O España dejará de ser católica, o su suelo se ha de limpiar de esta podredumbre que se hace llamar Modernidad, y en su claro cielo volverá a brillar único y esplendoroso el sol de la fe católica”.
Cerca de medio siglo más tarde, el Estado español se inspiró en el nacionalcatolicismo. Duró cuarenta años. España era católica hasta las cachas. No había problemas con asignaturas totalitarias como Formación del Espíritu Nacional (antítesis en cuanto a libertad y derechos reespecto a la de Educación para la Ciudadanía, por la que tanto protestan). El catolicismo, gracias a una guerra -gracias a las armas- se había impuesto una vez más en España. Nada de laicismo, nada de librepensamiento, nada de agnosticismo. “Por Dios, por la Patria y el Rey, lucharon nuestros padres. Por Dios, por la Patria y el Rey, lucharemos nosotros también”.
Durante siglos, la Iglesia católica ha venido controlando férreamente a los españoles. Con el retorno a la democracia, y a pesar de la presión constante de los sectores católicos más integristas, España ha dejado de ser felizmente una dictadura. Ha recuperado las libertades secuestradas. Por eso, jerarcas de la Iglesia, como Cañizares –partidarios en el fondo de la unificación de la espada y el altar-, están que trinan.
Ocurre que son mayoritariamente conservadores y no soportan un Gobierno progresista, como el que preside Zapatero. Peor para ellos. Tendrán que aguantarse y tragar con la libre-decisión del ejercicio democrático y la Justicia.