Stendhal decía que la única disculpa para Dios es que no existe; remedándole, yo afirmo que la única disculpa para la Conferencia Episcopal es que, por fortuna, cada vez hay menos gente que le presta atención –como si no existiera-, incluso entre los creyentes, y salvo los redactores y 'opinadores' (que no periodistas), siempre en busca de carnaza.
Nuestros obispos manifiestan "ahora" una sorprendente formación interdisciplinaria, uniendo zoología con teología, y ética con biología de la conservación. Era de imaginar que fueran tendenciosos, pero ¿por qué son tan ignorantes?, al fin y al cabo la teología es una disciplina exigente y compleja.
Para empezar, como la inefable Ana Botella que restaba manzanas y peras, se comparan cosas de rango distinto: una especie, el lince con un individuo o proto-individuo de otra especie, la nuestra (y la de los obispos, no nos pongamos muy ufanos). Desde un punto de vista pragmático –que no es al que me apunto, advierto- el asunto no ofrece dudas: comparan una especie que cuenta sus efectivos por unos escasos centenares, que hacen casi inviable el mantenimiento de su población y su futuro, con otra que cuenta con más de 9.000 millones (y aumentando), y que además tiene una presión per capita sobre los recursos limitados del planeta que permite afirmar que cada niño que nace ya no lo hace con un pan, sino con una motosierra metafórica bajo el brazo.
Probablemente los conejos no estén de acuerdo, pero la presión de los linces sobre su entorno es insignificante y hasta beneficiosa. Pero, ya digo, no quiero responder a la demagogia con más demagogia, aunque la comparación la decidieron los eclesiásticos... Hablemos del aborto.
El aborto no debería ser jamás un sistema de anticoncepción, aunque la Iglesia que lo rechaza, rechaza así mismo la mayoría de los que evitan este recurso extremo. Considerar el aborto un método anticonceptivo más, o el infanticidio un sistema de control demográfico –y ambos se utilizan abundantemente en el mundo- es como si la pena de muerte se estimara un proceso de rehabilitación penal: todos son irreversibles. El aborto es un terrible drama; un enorme mal ‘menor’; pero si se decide interrumpir un embarazo no deseado por las razones que sean ¿quién debe decidir? Veo cuatro posibilidades: una, la madre, dos, el embrión, tres, el Estado, y cuatro, una religión no oficial, pero teóricamente mayoritaria y de decidido arraigo en este país.
Podemos eliminar la dos: el embrión. Al igual que si decidimos acabar con los recursos del planeta no se les puede consultar a los más afectados: las generaciones no nacidas, -y esa es una de las innumerables cosas que no puede solucionar el mercado, puesto que los no nacidos no concurren a él, aunque sí se puede suponer lo que opinarían-, tampoco podemos preguntar si quieren venir a este mundo (y casi mejor: igual la encuesta nos salía rana y nos tornábamos estériles). Y podemos rechazar la cuatro: la iglesia católica, salvo que también se consulten a representantes de las demás religiones con presencia en el país y a los ateos y agnósticos... Algo complicado.
También son rechazables las tonterías disfrazadas de argumentos del tipo de que podemos estar asesinando al futuro Mozart (o al futuro Stalin o Hitler, con más probabilidad, de hecho).
Quedan dos aspectos: si es legítimo (y no legal, que es el asunto del debate, pero éticamente me preocupa menos) suprimir una probable vida futura a la que no se puede consultar... y en caso de que sí se considere legítimo, ¿quién decide, el Estado o la interesada?
Responderé primero a la segunda cuestión. Para mí está claro que el estado puede ofrecer un marco legal para evitar abusos (contra la madre, en primer lugar), pero la decisión corresponde a ésta. Ahora bien, ¿es la madre la única implicada? No. Queda la sociedad, está igualmente el padre, en muchos casos (subsidiariamente y subordinadamente a la madre, pero debería ser consultado, incluso obligatoriamente en los casos que sea posible) . Y también está el nasciturus, embrión o feto, que no puede ser consultado pero del que podemos suponer su opinión: querría vivir, al menos hasta que sepa de qué va a ir su vida, que al no ser deseada por los más cercanos puede que fuera a ser un tanto chunga.
Un aborto no es una transfusión de sangre, rechazable por los Testigos de Jehová en base a la interpretación dudosa de una cita bíblica, ni una operación de cirugía estética ni tampoco un sistema de control de natalidad, aunque para eso se use a menudo; es un acto terrible que se supone que evitará males mayores aún. Un aborto es una acción trágicamente radical, irreversible, tremendamente trascendente, para dos seres al menos; cuya decisión, inevitablemente corresponde a la mujer embarazada, pero implica a más gente, por lo que, a la inversa que cortarse el pelo, debe ser regulada en un marco que contemple esa complejidad y esa trascendencia.
Es sospechoso lo fácilmente alineables en bandos enfrentados de este tema: los pro-vida, religiosos practicantes en su mayor parte, y los progres, con sus automatismos sobre lo que se debe opinar. Pero el aborto no es una causa progresista o no progresista sin más, como la defensa de las focas; se parece más al derecho al habeas corpus; es una decisión dolorosa y los creyentes pueden hacer dos cosas: seguir el dictamen de los jerarcas de su iglesia, -independientemente de lo que dicte el Estado, un católico no debería abortar si es "consecuente" con sus creencias- o actuar según sus convicciones más profundas y sus “intereses” reales y, si es creyente, ser decidida y hasta gozosamente inconsecuente.
Los obispos no se pueden quedar embarazados, no lo olvidemos, ni siquiera pueden ser padres, aunque les encante que les llamen así.
Creo que las mujeres que quieran abortar deben poderlo hacer con todas las garantías; creo que también se les debe proponer otras alternativas, como la adopción por otras madres, al fin y al cabo no deja de ser un contrasentido tantas parejas deseosas de tener o adoptar hijos y tantas otras que no quieren tenerlo. Pero una vez esa mujer, ateniéndose a la ley y a su seguridad sanitaria, decide hacerlo, debe poder hacerlo en los plazos y condiciones que marque la ley.
Y que un barbilampiño ayudante de obispo y vocecilla aflautada diga lo que quiera, está en su derecho, pero, por favor, que no insulte mi inteligencia y utilizando además el dinero de mis impuestos para eso. Ah, y si mi madre hubiera abortado, que buenos motivos tuvo para hacerlo, a mí me hubiera importado muchísimo “ahora”, pero nada “entonces”, así que metafísicamente el asunto es irresoluble y me parece muy bien que mi madre decidiera necesariamente por mí y, naturalmente, lo que felizmente para mí decidió. He dicho.
Notas:
1.-Y por cierto, ya que se habla de zoología que sea con conocimiento de causa. En el mundo animal, numerosas hembras de mamíferos se provocan (insisto, se provocan) abortos bajo determinadas condiciones, como la precariedad de alimentos o la superpoblación.
2.- Considero un mal mayor un niño nacido, maltratado y desatendido que un niño no nacido, pero no creo que lo uno tenga que llevar a lo otro, porque, insisto, hay mucha gente deseosa de tener o adoptar niños.
3.- Pero va, me voy a mojar: definitivamente prefiero que aborte un obispo que un lince, y que las madres de ambos dos decidan por ellas mismas.
4.- El gran Ernst Junger decía en sus espléndidos diarios de la Segunda Guerra Mundial, ‘Radiaciones’ que las dos ciencias más excelsas eran la teología y la entomología. No estoy de acuerdo, la primera no es una ciencia, aunque sí creo que es una forma de conocimiento fascinante, y la segunda a menudo es banal coleccionismo, pero en cualquier caso estoy seguro que Junger no se fiaría mucho de la descripción de nuevas especies de crisomélidos por parte de la jerarquía católica en su conjunto, aunque haya algún obispo entomólogo, como hay algún emperador (de Japón) experto en crustáceos marinos decápodos.
5. No considero un presupuesto admisible para abortar el que el futuro embrión no complete su desarrollo y se convierta en portavoz de la Conferencia Episcopal. Eso no puede saberse de antemano y de hecho influyen más condiciones ambientales posteriores, como las insuficiencias en los niveles hormonales.
6.-La valla es muy mala, el lince debería estar a la izquierda para seguir la secuencia lógica de lectura.
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Modificado a partir del texto de Animal Político.
Nuestros obispos manifiestan "ahora" una sorprendente formación interdisciplinaria, uniendo zoología con teología, y ética con biología de la conservación. Era de imaginar que fueran tendenciosos, pero ¿por qué son tan ignorantes?, al fin y al cabo la teología es una disciplina exigente y compleja.
Para empezar, como la inefable Ana Botella que restaba manzanas y peras, se comparan cosas de rango distinto: una especie, el lince con un individuo o proto-individuo de otra especie, la nuestra (y la de los obispos, no nos pongamos muy ufanos). Desde un punto de vista pragmático –que no es al que me apunto, advierto- el asunto no ofrece dudas: comparan una especie que cuenta sus efectivos por unos escasos centenares, que hacen casi inviable el mantenimiento de su población y su futuro, con otra que cuenta con más de 9.000 millones (y aumentando), y que además tiene una presión per capita sobre los recursos limitados del planeta que permite afirmar que cada niño que nace ya no lo hace con un pan, sino con una motosierra metafórica bajo el brazo.
Probablemente los conejos no estén de acuerdo, pero la presión de los linces sobre su entorno es insignificante y hasta beneficiosa. Pero, ya digo, no quiero responder a la demagogia con más demagogia, aunque la comparación la decidieron los eclesiásticos... Hablemos del aborto.
El aborto no debería ser jamás un sistema de anticoncepción, aunque la Iglesia que lo rechaza, rechaza así mismo la mayoría de los que evitan este recurso extremo. Considerar el aborto un método anticonceptivo más, o el infanticidio un sistema de control demográfico –y ambos se utilizan abundantemente en el mundo- es como si la pena de muerte se estimara un proceso de rehabilitación penal: todos son irreversibles. El aborto es un terrible drama; un enorme mal ‘menor’; pero si se decide interrumpir un embarazo no deseado por las razones que sean ¿quién debe decidir? Veo cuatro posibilidades: una, la madre, dos, el embrión, tres, el Estado, y cuatro, una religión no oficial, pero teóricamente mayoritaria y de decidido arraigo en este país.
Podemos eliminar la dos: el embrión. Al igual que si decidimos acabar con los recursos del planeta no se les puede consultar a los más afectados: las generaciones no nacidas, -y esa es una de las innumerables cosas que no puede solucionar el mercado, puesto que los no nacidos no concurren a él, aunque sí se puede suponer lo que opinarían-, tampoco podemos preguntar si quieren venir a este mundo (y casi mejor: igual la encuesta nos salía rana y nos tornábamos estériles). Y podemos rechazar la cuatro: la iglesia católica, salvo que también se consulten a representantes de las demás religiones con presencia en el país y a los ateos y agnósticos... Algo complicado.
También son rechazables las tonterías disfrazadas de argumentos del tipo de que podemos estar asesinando al futuro Mozart (o al futuro Stalin o Hitler, con más probabilidad, de hecho).
Quedan dos aspectos: si es legítimo (y no legal, que es el asunto del debate, pero éticamente me preocupa menos) suprimir una probable vida futura a la que no se puede consultar... y en caso de que sí se considere legítimo, ¿quién decide, el Estado o la interesada?
Responderé primero a la segunda cuestión. Para mí está claro que el estado puede ofrecer un marco legal para evitar abusos (contra la madre, en primer lugar), pero la decisión corresponde a ésta. Ahora bien, ¿es la madre la única implicada? No. Queda la sociedad, está igualmente el padre, en muchos casos (subsidiariamente y subordinadamente a la madre, pero debería ser consultado, incluso obligatoriamente en los casos que sea posible) . Y también está el nasciturus, embrión o feto, que no puede ser consultado pero del que podemos suponer su opinión: querría vivir, al menos hasta que sepa de qué va a ir su vida, que al no ser deseada por los más cercanos puede que fuera a ser un tanto chunga.
Un aborto no es una transfusión de sangre, rechazable por los Testigos de Jehová en base a la interpretación dudosa de una cita bíblica, ni una operación de cirugía estética ni tampoco un sistema de control de natalidad, aunque para eso se use a menudo; es un acto terrible que se supone que evitará males mayores aún. Un aborto es una acción trágicamente radical, irreversible, tremendamente trascendente, para dos seres al menos; cuya decisión, inevitablemente corresponde a la mujer embarazada, pero implica a más gente, por lo que, a la inversa que cortarse el pelo, debe ser regulada en un marco que contemple esa complejidad y esa trascendencia.
Es sospechoso lo fácilmente alineables en bandos enfrentados de este tema: los pro-vida, religiosos practicantes en su mayor parte, y los progres, con sus automatismos sobre lo que se debe opinar. Pero el aborto no es una causa progresista o no progresista sin más, como la defensa de las focas; se parece más al derecho al habeas corpus; es una decisión dolorosa y los creyentes pueden hacer dos cosas: seguir el dictamen de los jerarcas de su iglesia, -independientemente de lo que dicte el Estado, un católico no debería abortar si es "consecuente" con sus creencias- o actuar según sus convicciones más profundas y sus “intereses” reales y, si es creyente, ser decidida y hasta gozosamente inconsecuente.
Los obispos no se pueden quedar embarazados, no lo olvidemos, ni siquiera pueden ser padres, aunque les encante que les llamen así.
Creo que las mujeres que quieran abortar deben poderlo hacer con todas las garantías; creo que también se les debe proponer otras alternativas, como la adopción por otras madres, al fin y al cabo no deja de ser un contrasentido tantas parejas deseosas de tener o adoptar hijos y tantas otras que no quieren tenerlo. Pero una vez esa mujer, ateniéndose a la ley y a su seguridad sanitaria, decide hacerlo, debe poder hacerlo en los plazos y condiciones que marque la ley.
Y que un barbilampiño ayudante de obispo y vocecilla aflautada diga lo que quiera, está en su derecho, pero, por favor, que no insulte mi inteligencia y utilizando además el dinero de mis impuestos para eso. Ah, y si mi madre hubiera abortado, que buenos motivos tuvo para hacerlo, a mí me hubiera importado muchísimo “ahora”, pero nada “entonces”, así que metafísicamente el asunto es irresoluble y me parece muy bien que mi madre decidiera necesariamente por mí y, naturalmente, lo que felizmente para mí decidió. He dicho.
Notas:
1.-Y por cierto, ya que se habla de zoología que sea con conocimiento de causa. En el mundo animal, numerosas hembras de mamíferos se provocan (insisto, se provocan) abortos bajo determinadas condiciones, como la precariedad de alimentos o la superpoblación.
2.- Considero un mal mayor un niño nacido, maltratado y desatendido que un niño no nacido, pero no creo que lo uno tenga que llevar a lo otro, porque, insisto, hay mucha gente deseosa de tener o adoptar niños.
3.- Pero va, me voy a mojar: definitivamente prefiero que aborte un obispo que un lince, y que las madres de ambos dos decidan por ellas mismas.
4.- El gran Ernst Junger decía en sus espléndidos diarios de la Segunda Guerra Mundial, ‘Radiaciones’ que las dos ciencias más excelsas eran la teología y la entomología. No estoy de acuerdo, la primera no es una ciencia, aunque sí creo que es una forma de conocimiento fascinante, y la segunda a menudo es banal coleccionismo, pero en cualquier caso estoy seguro que Junger no se fiaría mucho de la descripción de nuevas especies de crisomélidos por parte de la jerarquía católica en su conjunto, aunque haya algún obispo entomólogo, como hay algún emperador (de Japón) experto en crustáceos marinos decápodos.
5. No considero un presupuesto admisible para abortar el que el futuro embrión no complete su desarrollo y se convierta en portavoz de la Conferencia Episcopal. Eso no puede saberse de antemano y de hecho influyen más condiciones ambientales posteriores, como las insuficiencias en los niveles hormonales.
6.-La valla es muy mala, el lince debería estar a la izquierda para seguir la secuencia lógica de lectura.
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Modificado a partir del texto de Animal Político.